Asesoría Psicológica en todas las edades.

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Psic. Montserrat Espinosa Santamaría
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jueves, 15 de septiembre de 2016

MANEJO DEL DUELO EN NIÑOS PREESCOLARES

Cuando hablamos de duelo nos referimos al conjunto de fenómenos que los seres humanos manifestamos en los ámbitos psicológico, biológico y social tras una pérdida afectiva. El duelo consiste en un proceso adaptativo, es decir, que “se va elaborando”. Se trata de uno de los acontecimientos más estresantes en la vida de una persona y cada individuo necesita un tiempo variable para la recuperación.
Un caso especial de riesgo son los niños que pierden a su padre o madre, cuando alguna de estas figuras importantes está ausente los pequeños experimentan una angustia de separación.

El concepto de muerte es abstracto y complejo, la forma de abordarlo depende de múltiples factores como la edad, educación, creencias religiosas, estabilidad emocional, entre otras.
Hasta los 3 ó 4 años hay una ignorancia relativa del significado de la muerte y no se considera como algo definitivo. Se suele confundir la muerte con el dormir. Entre 4 y 7 años, la muerte sigue siendo un hecho temporal y reversible, y los muertos tendrían sentimientos y funciones biológicas. Pueden preguntar cómo come el fallecido o si va al cuarto de baño. También puede haber “pensamientos mágicos”, en el sentido de que pueden creer que un mal pensamiento de ellos causó esa muerte. Entre 5 y 10 años, la muerte sería final e irreversible, pero los muertos conservarían algunas funciones biológicas. En muchos niños antes de los 10 años, la muerte sería irreversible y consistiría en el cese definitivo de todas las funciones biológicas. En casi todas estas edades, el hecho de la  muerte le ocurre a los demás y no se piensa en una muerte propia.

En realidad, antes de los cincos años no se llega a entender los tres componentes básicos de la muerte:
1. Es irreversible, definitiva y permanente,
2. Consiste en la ausencia total de las funciones
vitales y
3. Es universal, es decir, que nadie escapa de morir.
También antes de esa edad es muy escasa la tendencia a llorar por un duelo. Lo que suele haber, sobre todo, es perplejidad y confusión. Es por eso que preguntan reiteradamente por el fallecido: dónde está y cuándo volverá.
Hay tres temores muy frecuentes en el duelo infantil:
1. ¿Causé yo la muerte?,
2.- ¿Me pasará
esto a mí? y
3. ¿Quién me va a cuidar?

Puede dividirse el proceso de duelo en los niños en tres fases:
1. Protesta. El niño añora amargamente al progenitor fallecido y llora suplicando que vuelva,
2. Desesperanza. Comienza a perder la esperanza de que vuelva, llora intermitentemente y puede pasar por un período de apatía,
3. Ruptura de vínculo. Empieza a renunciar a parte del vínculo emocional con el fallecido y a mostrar interés por el mundo que le rodea.

Igual que ocurre en los adultos, existen unas manifestaciones del duelo infantil que se consideran
normales y que se enumeran a continuación:
• Conmoción y confusión al haber perdido a una persona amada.
• Ira por haber sido abandonados y que pueden ponerse de manifiesto en juegos violentos, pesadillas y enfado hacia otros miembros de la familia (dar patadas, por ejemplo).
• Vuelta a etapas anteriores del desarrollo emocional con conductas más infantiles (exigiendo,
por ejemplo, más comida, más atención, hablando como un bebé o miedo a la oscuridad).
• Culpabilidad derivada de la dificultad de relación con el fallecido o de la creencia de haber
causado su muerte por el mero hecho de haber deseado en algún momento que ya no
estuviera o que desapareciera.
• Tristeza por la pérdida, que se puede manifestar con insomnio, anorexia, miedo a estar
solo, falta de interés por las cosas que antes les motivaban y disminución acentuada del
rendimiento escolar.

*      Miedo a perder al progenitor que sigue viviendo o ser abandonado por éste.

El pequeño puede presentar cualquiera de estas manifestaciones o algunas otras, hasta el momento, en el consultorio he observado la última que está en negritas.

El abordaje debe ser un trabajo en equipo con la familia, ustedes como escuela y su servidora en consultorio. Hay que proveer de afecto a Iñaki, darle confianza, escucharlo, platicar con él y resolver sus preguntas sin dar información FALSA o EXCESIVA (como por ejemplo que su mamá está en el cielo o lo está viendo, ya que a su edad toma las cosas de forma literal y la va a seguir buscando al voltear al cielo).
Los limites y responsabilidades de Iñaki deben ser estables, es decir los mismos que para el resto de los niños (en el caso de la escuela) necesita consistencia en la disciplina impuesta por los adultos responsables de su educación, hay que evitar victimizarlo o etiquetarlo como por ejemplo: “pobrecito es que se murió su mamá”, tanto directamente a él o por medio de los otros niños del grupo.

En los niños no es demasiado frecuente la tristeza o el abatimiento como en los adultos, sino que las manifestaciones del duelo suelen ser más bien cambios de conducta o de humor, alteraciones en la alimentación y en el sueño, y disminución del rendimiento escolar.

La mayoría de las conductas y de los sentimientos se van atenuando con el paso de los meses, excepto la conexión con el familiar fallecido, que se alarga en el tiempo y que sirve para elaborar la
pérdida.

Hay que estar muy alertas a los signos de un duelo complicado:
b Llanto frecuente,
b Berrinches o signos de agresividad,
b Apatía,
b Pérdida de interés por actividades que antes le resultaban placenteras,
b Alteraciones del sueño con pesadillas,
b Miedo a quedarse solo,
b Dolores de cabeza o dolencias físicas,
b Imitación excesiva de su mamá y expresiones repetidas de reencontrarse con ella,
b Disminución del rendimiento escolar o no querer ir a la escuela.

Recomendaciones para casa y escuela:

*      A nivel general, convendría “educar para la muerte” a nuestros hijos desde los primeros años, quitando dramatismo a un hecho natural y que nos rodea en todo momento. Casi la mitad de los niños entre dos y seis años han vivido alguna experiencia cercana de muerte (vecinos, abuelos, animales). Sería muy conveniente introducir el tema de la muerte en los colegios.
Anexo algunos libros que pueden apoyar a abordar el tema de la muerte con los niños de preescolar:
Caracoles, pendientes y mariposas – Alvarez A. – Ed. Edelvives, Madrid 2002
Los niños y la muerte – Kübler-Ross E. Ed. Luciérnaga, Barcelona 1992.
Osito y su abuelo – Gray N. Ed. Timun Mas, Barcelona 1999.
Recuerda el secreto – Kübler-Ross Ed. Luciérnaga, Barcelona 1992.
Te echo de menos – Paul Verrept, Ed. Juventud. Barcelona 2000.
Consejos para niños antes el significado de la muerte – Wolfelt A. Ed. Diagonal, Barcelona 2001.
Mamá, ¿qué es el cielo? – Shriver M. Ed. Salamandra, Barcelona 2000.
Se ha muerto el abuelo – Saint Mars D. Bloch S. Ed. Galera, Barcelona 1998.

*      El tabú que la sociedad actual tiene sobre la muerte y cualquiera de sus manifestaciones no es lo más apropiado por una correcta educación. La muerte no se lleva porque es símbolo de decadencia y fracaso. Hay que ocultarla a toda costa en esta sociedad tecnológica que nos ha tocado vivir. La cultura que no valora la muerte, tampoco valora la vida (3,4). A este ocultamiento lo llama Carlos Cobo, el mayor experto en duelo infantil de nuestro país, “la Gran Mentira”. Dice el psiquiatra infantil del Hospital “La Paz” a este respecto: “A menudo, hablo de la muerte con niños. Les pregunto si han tenido experiencia de seres queridos que hayan fallecido y, a partir de ahí, sobre todo si la respuesta es afirmativa, me es fácil entablar una conversación en la que la primera parte es más indagatoria y luego se abre más a su espontaneidad, a sus asociaciones libres y a expresiones creativas, como el dibujo, que da pie, a su vez, a más contenidos verbales sobre el tema”.

*      Conviene favorecer la expresión de las emociones y la comunicación empática. Frases como “No llores”, “No estés triste”, “Tu llanto no va a revivirlo”, etc. pueden abortar esta expresión e impedir que el niño se desahogue. Hablar del padre o de la madre que ha fallecido no es producir sufrimiento en el niño, sino que le consuela y le ayuda a elaborar la pérdida. Hay que hablar de la persona fallecida con toda naturalidad.

*      Utilizar sin reparo la palabra “muerte” y decirles que todo lo que vive, muere algún día.
*      La información al niño suele ser tardía y equívoca. Muchos padres, en su afán de proteger al niño, le informan de que el progenitor fallecido se ha ido de viaje, está en el hospital o se ha quedado dormido, lo que complica el proceso normal del duelo. No se debe mentir ni recurrir a explicaciones fantásticas o eufemismos, aunque se puede explicar de una manera suave algunas situaciones delicadas, como en caso de suicidio del progenitor. Se puede hablar aquí de “ataque al cerebro” y de que el fallecido no sabía lo que hacía. Las mentiras mantenidas a lo largo del tiempo (“se ha ido de viaje”, “volverá muy pronto”) sólo traen complicaciones. En especial, no debemos ligar el hecho de la muerte con el sueño (que puede derivar en trastornos del sueño) o con un viaje (que pueda dar sensación de abandono).
*      Es natural conservar fotografías y recuerdos del progenitor fallecido, pero tampoco hay que
 pasarse al otro extremo de dejar la casa como si el difunto estuviese a punto de entrar en cualquier momento. No convertir la casa en un santuario.
*      La fantasía de los niños puede llevarles a considerar que algo que pensaron o dijeron en algún momento determinado fue la causa de la muerte de la persona querida. Hay que decirles con firmeza que no ha sido culpa suya y ayudarles a ver la diferencia entre deseo y realidad.
*      Es necesario mantenerse física y emocionalmente cerca de ellos, garantizarles el afecto y compartir con ellos el dolor así como ofrecerles modelos de actuación. El progenitor superviviente, por ejemplo, no debe esconder su dolor y es conveniente que muestre al niño su fragilidad y sus sentimientos y compartir con él su tristeza. Hay que comentarles que no vamos a olvidar a la persona querida y que la vamos a seguir queriendo aunque haya muerto. Son importantes las demostraciones físicas de cariño, con besos y abrazos. Dedicarle mucho tiempo, con juegos y caricias.
*      Hay que garantizar la estabilidad y retomar lo antes posible la normalidad de la actividad cotidiana. Nunca hay que tratar de fingir que no ha pasado nada, o que el fallecimiento no ha ocurrido, o que la vida del niño no va a cambiar porque no tardará en persuadirse de lo contrario. De aquí que resulte muy necesario mantener “la rutina” y “las normas” que existían antes del lamentable episodio, de forma que el niño no sienta que el mundo se desorganiza o se desestabiliza. Esto ayuda a conservar un cierto orden dentro de la confusión que se produce en estos eventos. Lo que más ayuda al niño frente a la pérdida es la recuperación del ritmo cotidiano de sus actividades y potenciar los elementos adaptativos existentes: colegio, amigos, juegos, etc. No sería conveniente, por ejemplo, en esos momentos un cambio de colegio.


Esperando que las presentes acotaciones les apoyen en el manejo de la situación delicada por la que atraviesan Iñaki y su familia me despido enviándoles saludos cordiales y reiterándoles mi apoyo y disposición para cualquier asunto particular o general:
Psic. Montserrat Espinosa Santamaría Lic.y Mtra. en Psicología por la UNAM

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